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El «cancho bamboleante»

Hay un tipo de megalitos que son raros y escasos. Se tratan de conjuntos de piedras colosales que se cree formaban parte de los cultos prehistóricos por la naturaleza, la llamada litolatría. La característica de estas piedras, en comparación con otros monumentos megalíticos como los dólmenes, es que estaban situadas en lugares preferentes, lugares de poder que dominaban amplias zonas de territorio y además son estructuras móviles, que apoyándose las unas en las otras, permiten su oscilación por contrapeso.

Este tipo de monumentos megalíticos son, como decimos, muy escasos. En Extremadura había tres, los tres coinciden en la provincia de Cáceres. Y decimos había porque el mas importante y espectacular de ellos, la piedra oscilante de Montanchez, llamada popularmente el cancho que se menea, ya no existe.

La piedra bamboleante, estaba situada en lo alto del Pico de la Cogolla de la cordillera Oretana, curiosamente muy cerca de un punto de triangulación geodésica, hoy marcado con un hito, a mil metros justos de altitud sobre el nivel del mar y a una legua exacta del pueblo de Montanchez. Ya no existe, fue destruida por unos soldados el 19 de junio de 1937, que ya me dirás que daño les hacia la piedra, pero el caso es que la abatieron. Pertenecían al Regimiento nacional de la Navas y la compañía estaba comandada por el alférez Félix Alejandro Bartolomé Ingelmo -dato del libro «Historia de Montánchez» por Tirso Lozano Rubio-.

El monumento consistía en tres grandes piedras de granito labradas, la mayor de ellas, la oscilante, media más de dos metros y medio de altura y estaba tallada de forma que recordaba el contorno de una cabeza, por lo que se cree que hubiera podido representar un ídolo prehistórico. Las otras dos piedras, de menor tamaño eran sobre las que se asentaba, funcionando una como pedestal y la otra como contrapeso, de tal forma que el monumento tenía en total casi cuatro metros de altura.

El conjunto megalítico estaba estructurado de tal forma, que se podía empujar la piedra grande, por supuesto con resistencia al principio -no en vano era una piedra de granito de casi tres metros– pero poco a poco, la oscilación era cada vez mayor y mas rápida, hasta alcanzar un grado de oscilación aparentemente imposible y dando, desde lejos, la impresión de una gran cabeza moviéndose sobre los hombros, vigilando el territorio circundante.

Marga Chas Ocaña

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